Cuando eres un adolescente con inquietudes intelectuales, y lees por primera vez el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, tus esquemas mentales se rompen por completo. Independientemente de la ideología que estés encubando, el Manifiesto Comunista supone todo un descubrimiento mental. Sobre todo si se accede a él en edad adolescente. Es como si hasta ese momento hubieras tenido una venda puesta en los ojos. Leer el Manifiesto Comunista te hace ver las cosas de forma distinta. Constatas a tu alrededor realidades que antes pasabas por alto. Y no podíamos dejas atrás la oportunidad de recomendar su lectura en nuestra web.
Algunos se quedan en esa primera lectura cautivadora durante años. Otros automáticamente la rechazan y no vuelven a acudir a ella más que para denostarla. Otros, la inmensa mayoría, a medida que avanza el tiempo abandonan esa primera impresión embriagante; y con el tiempo matizan casi cada aspecto de aquello que recuerdan de la obra. Pero sea como fuere, leer el Manifiesto Comunista no transmite indiferencia.
La obra que traemos aquí hoy, se trata de una adaptación ilustrada de Martin Rowson del Manifiesto Comunista. Una labor inconmensurable la de plasmar sobre dibujos el texto original de Marx y Engels. Se presenta además con un magnífico prólogo del autor, de bastante valor académico.
Los cambios en la sociedad industrializada
La revolución industrial supuso un cambio fundamental a las estructuras económicas de Europa. A su vez, este proceso tecnológico, que transformó el paisaje y la vida de las ciudades, dio origen a lo que puede considerarse como el nacimiento de una clase social nueva: el proletariado. Dicho proletariado estaba constituido por trabajadores urbanos, concentrados en las grandes fábricas o en las minas cada vez más mecanizadas; y poseían como única fuente de ingresos la fuerza de sus brazos.
La miseria del proletariado
La primera generación proletaria vivió en una miseria absoluta. Y nadie parecía estar dispuesto a acudir en su socorro. Los liberales doctrinarios, defensores del librecambismo, defendían un Estado que se inhibía de toda reglamentación social y económica; y ni siquiera las Iglesias proporcionaban a los trabajadores un consuelo espiritual. En el mundo católico sólo se invocaba la caridad, nunca la justicia. Y desde los púlpitos de las Iglesias protestantes los pastores clamaban contra los vicios de los pobres; que según decían eran la única causa de sus desgracias. Todo ello al tiempo que la burguesía en el poder promulgaba unas leyes despiadadas para defender el sacrosanto derecho de la propiedad.
En Inglaterra, el primer país industrializado del mundo, en 1833 un niño de nueve años fue condenado a la horca por haber roto un escaparate y haber robado unas tizas de colores. Hasta los años sesenta del siglo XIX en esa misma Inglaterra el código penal establecía hasta 350 posibles delitos merecedores de ser castigados con la horca.
Las primeras formas de resistencia
Fue en esta situación cuando en esa misma Inglaterra el proletariado, cada vez más consciente de su explotación y de la fuerza de su número, comenzó a organizarse y a defenderse apareciendo los embriones de lo que con el tiempo serían los primeros sindicatos, las llamadas “cajas de resistencia”, y comenzaron a declararse las primeras huelgas. Destaca especialmente la práctica conocida como ludismo. El ludismo básicamente consistía en destruir las máquinas, a las que acusaban de acabar con cientos de empleos.
Durante todo el siglo XIX la reacción de los gobiernos europeos y de los patronos fue siempre muy dura. Prohibieron los sindicatos; declararon ilegales las huelgas; y, si lo consideraban preciso, no dudaron en disolver a tiros las manifestaciones de protesta. O permitieron la utilización de “esquiroles” para acabar con los conflictos.
Pero el proletariado persistió en su actitud de protesta. Y desde fines del XIX cada vez fueron más los gobiernos burgueses que comenzaron a aprobar las primeras leyes sociales; leyes que limitaban el tiempo de trabajo, que prohibían el empleo de niños en las minas y en las fábricas; o que incluso reglamentaron la responsabilidad de los patronos en caso de accidentes.
Lejos de empeorar, la situación del proletariado mejoraba considerablemente.
El Manifiesto Comunista y la labor de los intelectuales
Pero la defensa de los trabajadores no consistió únicamente en llevar a cabo una serie de acciones. Al reflexionar sobre la condición de los trabajadores, algunos intelectuales comenzaron a elaborar una doctrina sobre la evolución histórica, sobre la propiedad y sobre el papel del Estado. Según tal doctrina, la nueva clase del proletariado, cada día más numerosa y cada día más consciente de sí misma, llegaría en el futuro a estar en condiciones de desencadenar su propia revolución.
Fue así, a partir de esta doble confluencia de elementos (las acciones de defensa colectiva de los trabajadores y las reflexiones de un grupo de intelectuales) como nació el proyecto socialista como cuerpo de doctrina y como corriente de pensamiento ideológico, con autores como Marx, Engels o Rosa Luxemburgo.
Karl Marx, el Manifiesto Comunista y el Marxismo
El Manifiesto Comunista es uno de los tratados políticos más influyentes de toda la historia. Fue encargado por la Liga Comunista a Karl Marx y Friedrich Engels entre 1847 y 1848. Y se leyó por primera vez en Londres el 21 de febrero de 1848. Desde entonces, su importancia no paró de crecer. En definitiva, hablar de socialismo en el siglo XIX es ante todo y sobre todo hablar de Karl Marx y de su pensamiento científico.
El texto se compone de cuatro capítulos. Aunque en la obra que aquí nos ocupa se centra fundamentalmente en los dos primeros: burgueses y proletarios; y proletarios y comunistas. Los dos restantes, literatura socialista y comunista; y actitud de los comunistas ante los otros partidos de oposición, tienen una relevancia menor en el total de la obra ilustrada por Rowson.
La obra se presenta de manera que es el propio Marx quien nos va narrando el Manifiesto Comunista, junto a su inseparable camarada Engels. De hecho, en cada página de la obra aparecen ambos, interactuando con el lector.
El motor de la vida humana no era el espíritu, sino los factores físico-materiales
Como buen heredero de la Ilustración, llegó a la conclusión de que el progreso histórico no se movía a impulsos de ningún espíritu, sino que la Historia avanzaba por el impulso de las clases oprimidas en lucha por su liberación. Esta era la base de su pensamiento científico.
Las condiciones objetivas
Marx creía poder demostrar que el capitalismo marchaba hacia su propia destrucción. El capitalismo, según el pensamiento de Marx, tenía unas contradicciones internas que iban a terminar por hacerlo inviable. Al desarrollarse la economía industrial, al crecer el tamaño de las empresas, al concentrarse cada vez más la producción en menos manos, la sociedad se iría proletarizando cada vez más. Es decir, cada vez habría menos profesionales libres, menos pequeños propietarios y artesanos, y más hombres y mujeres trabajando para un patrón. Al mismo tiempo, el nivel de vida de la clase trabajadora descendería hasta llegar a salarios de mera supervivencia.
La burguesía obliga a todas las naciones a adoptar, so pena de extinción, el modo de producción burgués. En definitiva, crea un mundo a su imagen y semejanza. Ha sometido los campos a la ciudad y creado grandes urbes, rescatando así a una parte considerable de la población del letargo rural.
Llegado el momento, cuando el proletariado mundial no tuviera ya nada que perder, se crearían las condiciones objetivas para que pudiera producirse y triunfar la gran revolución proletaria. El capitalismo, ya sin fuerzas, se hundiría y la clase obrera ocuparía el poder y establecería su propia dictadura. La dictadura del proletariado.
El Manifiesto Comunista y la Dictadura del proletariado
Pero esta dictadura socialista, Marx la veía sólo como una etapa de transición. Desaparecida la explotación del hombre por el hombre, desaparecida la propiedad privada, surgiría un “hombre nuevo”, bueno, honesto, trabajador y solidario, que ya no necesitaría coacción de ningún tipo; el Estado, el dinero, las leyes coactivas, se harían innecesarias. Esta sería la democracia popular, el feliz reino de la abundancia comunista donde cada uno recibiría de la riqueza común según sus necesidades. Y en donde se aboliría la propiedad privada. Este es quizás uno de los grandes debates de los detractores del comunismo.
Un debate que podemos ver en el capítulo II, relativo a los proletarios y comunistas. Este capítulo se presenta como si fuera un monólogo de Karl Marx en el «Club de la Komedia Kapitalista». En él repasa los principales prejuicios que se tienen sobre el comunismo. Marx se defiende desde el escenario y lanza sus dardos contra la religión y la patria. Las verdades eternas y la propiedad privada. El concepto religioso de familia, o la propia religión. Llama particularmente la atención la defensa que realiza de la mujer.
Materialismo histórico
Para Marx, la clave de la Historia, el mecanismo que la hacía funcionar y que la empujaba en esa dirección, era la lucha de clases. Una lucha de clases que a su vez dependía de las estructuras económicas. La sociedad esclavista estaba integrada por la relación amos-esclavos, y la fricción entre ambos dio lugar a la sociedad feudal con terratenientes y siervos; y terminó dando lugar a la sociedad capitalista con burgueses y proletarios. Un buen número de científicos sociales, historiadores y teóricos del siglo XX se han servido de este análisis de la realidad para explicar sus materias.
En definitiva, una obra para deleitarse, tanto visualmente como con su lectura. Recomendable para acercar a los adolescentes a un clásico de la literatura revolucionaria.
- Manifiesto Comunista
- Karl Marx y Friedrich Engels
- Adaptación de Martin Rowson
- Debolsillo
- 2018
- 14,95€